Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

◖ 18 ◗  

ALEJANDRA.

Inconscientemente me moví, queriendo escapar de todo a mi alrededor, aunque ni siquiera sabía lo que había realmente. Tal vez había sido en un acto de reflejo al sentir que todo se movía demasiado rápido para mí, aun cuando no había visto nada.

Tragué saliva sintiendo que mi garganta estaba un tanto rasposa, irritada y seca. Mi nariz se arrugó cuando un leve dolor aprisionó mis cuerdas vocales, al parecer necesitaba de otro líquido, uno que fuera más fresco y ligero que ese.

Al sentir que mi cabeza estaba palpitando y que mis párpados todavía seguían lo suficiente pesados y cansados como para poder abrirlos; usé mi tacto para detectar qué estaba ocurriendo. Mi palma sólo sintió algo suave, y acolchonado debajo de mí. Bien, al menos parecía estar sobre un colchón porque era cómodo y calentaba toda la parte trasera de mi cuerpo.

Al ser incapaz de percibir algo con claridad; mi sentido auditivo se encendió, y pude escuchar el sonido de algunos pasos a unos metros de distancia, estos creaban ecos que no ayudaban mucho con mi futuro dolor de cabeza. Si no estuviera segura del lugar en dónde estaba —que, por supuesto, todavía me faltaba averiguar y confirmar— creería que me encontraba dentro de una cueva por el retumbar de las suelas al pisar el suelo.

— Eddie...— lo llamé con una voz rasposa por continuar somnolienta.

Supuse que aquel sonido era provocando por él, quien seguramente estaba en su habitación ordenando alguna de sus pertenencias. Y aunque casi no pudiera oírlo, me molestaba que estuviera caminando de un lado a otro. Al mantener mis ojos cerrados cualquier ruido incrementaba su volumen; era como si cada cosa tuviera un micrófono y éste le permitiera ser escuchado más alto de lo habitual.

— Eddie, ayúdame.— susurré entre otros balbuceos, deseando que llegara a mi rescate.

Estaba desorientada; mi cuerpo entero parecía estar pegado a la superficie que lo acogía y sin fuerzas alguna como para poder levantarse. Mis ojos se movían de manera agitada debajo de los párpados, deseando poder recuperar en su totalidad la energía necesaria para lograr abrirse. No entendía por qué, pero me sentía agotada; cada músculo que me componía estaba rígido y contraído. Era como la sensación de haber pasado todo el día anterior en un gimnasio haciendo rutinas de ejercicios sin control ni descanso, obligando a que cada extremidad hiciera algo que no estaba acostumbrada a hacer. La molestia y fatiga que se sentía a la mañana siguiente después de aquel entrenamiento, era lo que precisamente sentía yo en ese momento. Ni siquiera sería capaz de estirarme por completo sobre el colchón antes de que un sinfín de pinchazos comenzaran a fastidiar cada centímetro de mi cuerpo.

Una mueca de dolor desfiguró mi rostro cuando una fuerte punzada cruzó por mi cabeza.

¿Qué me estaba pasando? ¿Desde cuando las migrañas se convirtieron en algo casi constante?

Si tuviera que describirlo diría que el dolor era el mismo que se sentiría si miles de clavos fueran martillados sin límite sobre las partes de mis sienes y nuca; perforando la piel hasta llegar al núcleo de mi cerebro, una y otra vez, y a su vez era como si me estuvieran aprisionando la cabeza contra algo duro, que provocaba que cada porción cerebral palpitara sin control. Un repiqueteó doloroso que me hacia lagrimear, y gemir, rogando para que pasase y así continuar con mi descanso.

Lamí mis labios agrietados, notando como la piel húmeda se enfriaba a gran velocidad haciéndome saber que el ambiente no era para nada cálido.

— Eddie, enciende la calefacción.— seguí hablando en murmuros como si él tuviera los oídos más desarrollados que cualquier otro humano, y fuera capaz de hasta escuchar un alfiler cayendo entre tanto ruido.

El sonido de los pasos dejó de escucharse y todo quedó en un completo silencio, que tranquilizó mi migraña pero no la incertidumbre del por qué aun no iban a verme y a preguntarme si requería de alguna cosa.

Estaba tan acostumbrada a ser mimada por mi mejor amigo cada vez que me sentía mal, que esperaba que esa ocasión no fuera la excepción. Pero, sabiendo que los segundos seguían transcurriendo y que todavía mi puerta no había sido abierta, comenzaba a dudar en si tendría que continuar esperando o arreglármelas por mi cuenta. Tal vez Eddie estaba muy ocupado como para ir por mí y chequear que estuviera bien, como en aquella oportunidad después de haber soñado con la niña del vestido blanco. Aunque tampoco era como si realmente me tomaría el tiempo de permanecer acostada y sin moverme; era una mujer capaz de cualquier cosa sin ayuda, no me iba a quedar sin hacer nada solo porque una leve migraña me estaba molestando.

La mujer empoderada ha vuelto con todo.

Y al parecer la cordura de mi voz interior también.

Sin dejar que la incomodidad corporal fuera un estorbo para mí, elevé ambos de mis brazos y lentamente pasé las manos sobre mi rostro. Froté mis párpados un par de veces, y cuando creí que había sido suficiente, abrí perezosamente los ojos. Mi vista estaba un tanto nublada, pero eso no era impedimento para que, luego de algunos intentos, pudiera observar lo que me rodeaba sin problemas.

Con lo primero que me encontré fue con un techo alto y casi en penumbras siendo acompañado por un único bombillo en el centro, dándole al lugar una luz tenue. Al girar mi cabeza hacia la izquierda; descubrí que las paredes era de un color gris oscuro, y que no habían cuadros ni abertura que cubrieran, mejoraran o iluminaran más su superficie. Parecía una maldita prisión y, sarcásticamente, a mí me encantaba estar encerrada.

La falta de ventanas y tonalidades claras, me dejaban en claro que no estaba en mi habitación.

Parpadeando un par de veces y quejándome por el crujir de mis vértebras, pude deliberadamente inclinarme hacia un costado y dejar que mis piernas flácidas quedaran colgadas hasta casi tocar el suelo. Fue entonces cuando noté que, en todo ese tiempo, había estado sobre una cama de tamaño más pequeño al que verdaderamente estaba acostumbrada.

Recopilando la información que llevaba hasta ese momento, —la cual era casi nula— si esa no era ni mi cuarto ni mi hogar, ¿Qué sitio era? ¿Dónde me había metido? ¿Había usurpado una casa sin siquiera ser consciente de ello?

¿Cómo diablos había llegado hasta ese lugar?

Coloqué mi mano sobre el colchón para usarlo como base de soporte y a su vez de balance, y, rogando para que no terminara de cara al suelo por un repentino mareo, logré ponerme de pie. Todo mi mundo dio vueltas; mis oídos pitaron, la cantidad de saliva incrementó dentro de mi boca y comencé a sudar frío, una clara advertencia de que pronto se avecinaba un no querido y asqueroso vómito. Así era como mi cuerpo me hacia saber lo mal que estaba, y lo que los dolores de cabeza causaban en él.

A unos centímetros de distancia de la cama descubrí que había una pared de medio metro de alto y detrás de ella se encontraba un diminuto y bajo baño de color gris. A simple vista parecía de metal, y pude confirmarlo al abalanzarme sobre él cuando un grupo de náuseas me atacaron; la helada superficie tocó mis antebrazos, mientras que todo lo que había estado esperando por salir de mí era liberado a gran velocidad. Me importó muy poco comprobar si el inodoro estaba limpio o no, en circunstancias como esas lo mejor era preocuparse por esas tonterías más tarde. Lo primordial era soltar todo ese malestar, y esperar que eso funcionara lo suficiente como para recordar dónde estaba y qué lugar era ese.

Tosí sintiendo el gusto desagradable que me había quedado al terminar de vaciar mi estómago por completo; mi boca estaba pastosa, mis ojos lagrimeaban y mi garganta ardía por el esfuerzo reciente. Dejé uno de mis codos apoyados sobre el metal, mientras que mi espada se resguardaba contra la pared de al lado; mi malestar había llegado a su final, pero después de haber contraído fuertemente mi vientre por las arcadas, un nuevo dolor apareció.

— Esto es una mierda.— me quejé, tocando un costado de mi cuerpo— Necesito salir de aquí... necesito café.

La poca porción de energía con la que me había despertado se había derramado como todo lo demás dentro del inodoro, dejándome más casada de lo que ya estaba. Sinceramente deseaba poder tener aunque fuera una taza humeante de cafeína, sólo eso necesitaba para volver a la normalidad y que mi cuerpo y mente se encendieran. Pero, estando allí dentro no encontraría más que desolación; privación de libertad, y carencia de colores e iluminación natural.

Negando con la cabeza, tomé una larga bocanada de aire antes de gruñir y ponerme de pie.

El agotamiento y los dolores no iban a ser capaces de vencerme, encontraría la manera de salir de ese sitio o me dejaba de llamar Alejandra. Me llevara el tiempo que me llevara, lograría irme a mi casa a como diera lugar.

Pero, principalmente debía de hacer memoria para tener conocimiento de cómo había llegado o, como mínimo, qué había hecho antes de que la laguna mental hiciera de las suyas y me impidiera recordar.

Con mi cabeza agacha, me moví de un lado a otro mientras que intentaba recopilar la información necesaria: previamente a encontrarme con Léonard en el pasillo, había hablado con Víktor en la sala. Luego me adentré al elevador, y esperé a que las puertas se volvieran a abrir para poder irme a mi casa con Eddie, cosa que no sucedió porque...

Me detuve con brusquedad, y miré al frente.

Oh, no.

El ascensor no se había detenido a mitad de camino, ¿Verdad?

La silueta no había aparecido y hablado conmigo, ¿O sí?

«“Es hora de que despiertes de este absurdo sueño que has creado.”»

Esas fueron sus últimas palabras segundos antes de que me quedara inconsciente sobre el suelo metálico, ¿Qué quería decir con eso de un absurdo sueño? ¿A qué se refería con despertar? ¿Acaso no había sido únicamente una alucinación como las demás?

No, más que eso; había sido una pesadilla… una que se sintió muy real.

Después de aquello, mi cabeza estaba más confundida y mareada que al principio. Si realmente él había aparecido y hecho eso, entonces se trataba de algo más que un simple espejismo, sin mencionar el hecho de que ese ente se podía comunicar y tocarte hasta dejarte desplomada sobre el suelo. ¿Cómo lo hacia? No tenía ni la menor idea, pero esperaba poder saberlo después de todo, pero por supuesto que quería averiguarlo sin la necesidad de volver a pasar por lo mismo. Con la primera vez me había alcanzado y me daba por satisfecha.

Aunque... si perdí el conocimiento cuando él tocó parte de mi cuerpo, entonces ¿Podía hacer lo mismo con las demás personas? ¿Cómo lograba tal cosa? ¿Desde cuándo que podía hacerlo? Pero sobre todo, ¿Qué tan grande era su poder como para hacer que alguien se desvaneciera?

Aun así, teniendo esos pensamientos que se dividían entre el asombro y miedo, no le daría credibilidad a absolutamente nada porque todavía tenía mis dudas respecto a todo ese asunto. Por lo tanto, necesitaba con más urgencia salir de ese sitio y descubrir qué había ocurrido verdaderamente. El caso se había convertido en un revoltijo de muchas cosas juntas que era imposible saber dónde terminaba una y empezaba otra; una completa maraña de escenas sin resolver ni comprender que iban desde el momento en que conocí a Víktor, la primera aparición de la silueta hasta el instante en que me habló.

Todo aquello parecía el típico misterio que el detective debía de resolver buscando pistas; platicando con posibles sospechosos, verificando los hechos que los testigos dieran hasta dar con el culpable. Pero, en esa ocasión, la última parte ya estaba hecha, solo restaba encontrar las explicaciones, y dar el tema por finalizado.

Sin perder más tiempo, me acerqué a la única salida que veía: una puerta del mismo color que las paredes y el baño, por lo cual di por sentado que era de metal. Tomando la perilla la moví, pero no cedió; lo intenté una vez más y, tal y como había sucedido con la de mi habitación la noche en la que tuve el accidente, tampoco funcionó. Mordí la parte interior de mi mejilla por el enojo que me causaba el estar atrapada en un lugar desconocido y sombrío.

No entendía por qué últimamente parecía tener un grave problema con las perillas, la cuestión siempre era que no podía vencerlas. Era como si todas ellas me odiaban y se burlaban de mí al dejarme encerrada en cada sitio que fuera de su gusto.

Giré los ojos.

Algo inanimado no podía hacer eso, solo se trataba de no tener la energía suficiente como para hacer presión y lograr salir. Todo estaba en mí, en mi negación y falta de confianza. Si mi estado anímico estuviera en sincronía con mi alrededor y con lo que quería hacer, nada podría convertirse en un obstáculo para mí.

Sabía que las dudas a todo, la falta de sueño y el no saber precisamente el lugar en dónde me encontraba, eran cosas que no me ayudaban a tener la suficiente concentración y entendimiento. Al estar de esa forma, cualquier cosa que se interpusiera entre mi objetivo y yo, sería considerado algo maligno que me odiaba. Sí, sonaba como pensamiento de niño infantil cuando sus padres no hacían algo que él quería, pero en ese momento me pareció muy sensato. Tal vez ocurría porque no estaba centrada y enfocada en lo que debía realmente y mi mente se iba por las ramas.

— Tal vez las perillas no me odian, a lo mejor la puerta esté con seguro.— me dije a mí misma, después de comprender que mis pensamientos estúpidos eran erróneos.

No sabía la verdadera razón pero desde que me había quedado dentro del ascensor mis comentarios y forma de ver las cosas se había convertido en una un tanto extraña; mientras que mi antigua yo trataba de hallar una explicación normal y coherente, la que estaba presente y había tomado control desde ese entonces se expresaba diferente y no en un buen sentido. Por el momento no le daría mucha importancia, diría que por tanto estrés, confusión y frustración mi manera de pensar no estaba relativamente bien y que en cuanto todo eso terminara, volvería a la normalidad.

Y para llegar a eso, solo faltaba una pequeña pero fundamental cosa... descubrir cómo diablos me habían metido en esa habitación y por qué. Si de algo estaba segura era que no había ingresado a ese lugar por cuenta propia.

Porque si no sabía dónde estaba, y no podía salir de aquel diminuto cuartucho asegurado ¿Qué o quién me aseguraba que no estaba en ese sitio bajo amenaza y en contra de mi voluntad? Quizá me tenían encerrada por no dar mi consentimiento y permitir tal cosa ¿Y si me habían secuestrado? ¿Y si llamaban a Eddie por un rescate? ¿Cuánto dinero le pedirían por mí? ¿Qué haría mi mejor amigo?

No, no. Mi cabeza ya estaba maquinando sucesos cinematográficos.

Porque eso era imposible, no podía aparecer en cualquier lugar y no tener recordatorio de lo sucedido. Tampoco se podía salir del psiquiátrico sin que nadie lo notara, por lo tanto el supuesto secuestro quedaba tachado de la lista. Además, la última vez que había estado consciente fue estando en el ascensor; cuando los ojos rojos volvieron a aparecer, empeorando mi día y a su vez dándole un giro de 180 grados al oír su voz.

«“Quiero que comiences a vivir tu vida realmente.”»

Recordé sus primeras palabras y me estremecí, ¿Esa era la supuesta vida que tenía que comenzar? ¿Estar encerrada en quién sabría dónde era lo que merecía? ¿Vivir alejada de todos era lo que una persona como yo recibía después de darlo todo?

Si era así, entonces me negaba a aceptarlo. No había hecho nada malo como para recibir eso a cambio, ni mucho menos iba a permitir que la silueta decidiera por mí. Yo tenía el poder para cambiarlo todo; si así lo deseaba, podía mover lo que quisiera solo porque la única que podía mandar en mi vida era yo y nadie más.

Aquella entidad no era nadie para impedir que lo manejara todo a mi gusto.

Por lo tanto, si quien me arrinconaba, asustaba y corría en mis pesadillas no podía controlarme entonces nadie lo haría. Si quien me amenazó con que mi hora estaba cerca, quien tuvo la culpa de mi accidente y todo lo demás no era impedimento a que continuara con lo que estaba haciendo anteriormente, entonces un simple objeto de metal tampoco lo sería.

Mi caja torácica se infló en su totalidad antes de comenzar a liberar el aire en exclamaciones.

— ¡¿Hola?! ¡¿Alguien me escucha?!— grité, con la esperanza de que con eso bastaría para que abrieran la puerta y me dejaran libre.

Pero si algo me había demostrado mi vida y mi mala suerte, era que nada ocurría como quería. Por lo tanto, sabía que no sería tan fácil como lo pensé, aun así quería creer que todo eso solo era una maldita broma y que pronto aparecía alguien pidiendo disculpas por tantas molestias.

Supuse que ese tiempo tardaría en llegar porque nadie se digno a decir algo.

Silencio.

Un completo, frío y escalofriante silencio. Eso fue lo único que recibí a cambio de mi grito.

Chasqueé la lengua.

Podría ser difícil como todo lo demás, incluso peor y aun así no me detendría. Me había propuesto encontrar una explicación y no me daría por vencida solo porque a la primera no había funcionado. Volví a tomar aire y seguí gritando a todo pulmón.

Sería perseverante y constante como lo había sido siempre. No me importaba si a alguien le molestaba el escándalo que estaba creando, es más; continuaría haciendo hasta que se dignaran a darme su atención.

Sigue peleando hasta que nos saquen.

Sí. Eso haría.

No permanecería en un lugar desconocido por mucho más tiempo, y aunque jamás había estado en medio de una situación como esa, lograría salir sin la necesidad de pedir ayuda porque era una mujer fuerte y decidida que no mostraba bandera blanca con facilidad. Además, tampoco era como si lo que me estaba rodeando era agradable para mí como para pensar en seguir allí. Solo bastaba tener conocimiento de lo espantoso y frío que era ese sitio para no querer volver ni siquiera de visita. El hecho de no tener ventanas cerca, no era impedimento para sentir como mis huesos se helaban por la baja temperatura que había. O quizá, solo era mi parecer y mi odio hacia esa habitación por ser tan descolorida y pequeña.

¿Qué tal nos va con nuestros gritos?

Pésimo.

A pesar de mis intentos de que me escucharan y liberaran, seguía sin recibir respuestas y eso, en vez de molestar a quién estuviera detrás de la puerta, me estaba enfadando a mí. Y tal vez, la idea principal había sido un auténtico fracaso, pero eso no significaba que no creara otro plan en mi cabeza al instante después de notar mi equivocación. Si la puerta era de metal, podía golpearla y así provocar un ruido demasiado estresante como para no tratar de detenerlo.

Brillante.

Quizá así obtendría las respuestas que tanto ansiaba tener.

Comencé a patear la puerta con todas mis fuerzas, y seguí gritando. Cada vez que la punta de mi zapatilla chocaba contra el metal sentía una leve vibración que viajaba hasta casi toda mi pierna y se perdía en alguna parte de ésta, al igual que el eco que se paseaba por toda la habitación. Sabía que si eso no funcionaba, luego me lamentaría cuando mis pies me pasaran factura por el dolor, sin mencionar la picazón que sentiría mi garganta por alzar tanto la voz. Pero sería algo que valdría la pena... si lo lograba, por supuesto.

Luego de los que me parecieron milenios haciendo tal esfuerzo, oí pasos acercarse y suspiré de alegría.

Pasé una de mis manos por mi frente y quité el exceso de sudor que rondaba por allí; inhalé hondo un par de veces queriendo que mi agitada respiración se controlara y con un gran entusiasmo, me alejé un poco de la puerta y esperé a que la abrieran.

Pero aquello nunca pasó.

Segundo pasaron y todavía seguía encerrada; el único acceso a la liberación que veía era la pequeña rendija que pareció iluminarse en el centro de tanto metal. Desconfiada y un poco decepcionada, me acercarme dando un paso pero quedé inmóvil cuando unos ojos grises me miraron con enojo desde el otro lado.

— ¿Qué mierda quieres?— ladró, y nunca pensé escuchar a los ángeles cantar hasta que, ese entonces, aquella voz se convirtió en ese milagroso sonido.

Campos, era él.

El maldito guardia prepotente con quien había tenido mis diferencias —por supuesto que sin que él lo supiera— estaba delante de mí, titulándose como mi única salvación. Después de estar tantos minutos preguntándome quién me rescataría, ese hombre aparecía como por arte de magia y se adueñaba de la palabra «héroe».

— Matthew, que bueno verte.— sonreí, al sentir un gran alivio al ver una cara medianamente conocida.

— Lamento no decir lo mismo.— dijo, y toda sonrisa desapareció de mi rostro.

¿Desde cuánto me hablaba de esa manera tan fría e indiferente? ¿Había hecho algo mal? ¿Acaso estaba molesto conmigo? Tal vez sí, ya que la última vez que habíamos charlando, de cierta forma, lo obligué a hacer algo que él no quería hacer, por lo tanto si estaba enfadado conmigo era una decisión que respetaría. Después de todo, mi actitud al pedirle que llevara a Víktor a la sala no había sido correcta; yo apenas y había salido del hospital y ya quería tener mi espacio para conversar con mi paciente, era normal que Campos se comportara de esa manera preocupada y atenta al saber que había estado internada por dos días seguidos. Me imaginé que aquella mañana él no se despertó creyendo que al mostrarse atento hacia otra persona solo recibiría hostilidad. Pero había pasado exactamente eso, y me sentía fatal a medida que seguía pensando en lo ocurrido.

Si Matt comenzaba a tratarme así de indiferente, no tenía oportunidad de quejarme porque yo lo había causando. ¿Me sorprendía? Sí, pero estaba en todo su derecho a mostrarse así, al fin y al cabo él solo había sido amable, nada más. No había hecho algo malo como para recibir tanta negatividad viniendo de mí.

— ¿Me dirás qué quieres, o seguirás callada ahí de pie?— habló de nuevo— Tengo mucho trabajo que hacer, no puedo perder el tiempo con gente como tú.

¿Gente como yo?

¿A qué se refería? ¿Tanto odio sentía por mí? Solo había sido una equivocación de mi parte, no era necesario mostrarse tan fastidiado. ¿Acaso debí de actuar de otra manera aquel día para evitar que algo así sucediera? En muchas ocasiones lo mejor era mostrar una sonrisa falsa y fingir que todo estaba en perfectas condiciones, únicamente para quedar bien frente a los demás. Tal vez debí de hacer exactamente lo mismo y no mostrarme tan reacia e impaciente. Pero él, y todo el mundo, tenía que entenderme y aceptar mi actitud aunque no fuera la mejor del siglo porque había pasado por un accidente y estaba buscando respuestas. Dudaba mucho que Campos no hiciera lo mismo al ver como le querían hacer perder el tiempo al decirle que descansara y fuera al día siguiente. Sinceramente me gustaría saber qué haría él si hubiera estado en mi lugar.

— ¿Me odias?— ni siquiera sabía por qué le había hecho esa pregunta.

El guardia alzó una ceja antes de observar a sus costados, negó con la cabeza y volvió a mirarme.

— Estoy trabajando, Alejandra, dime si quieres algo o no.— su tono de voz fue demasiado frío y cortante.

— Quiero saber si me odias o no.

Él bufó y maldijo por lo bajo.

— Bien, al parecer no quieres nada, así que...— lentamente la pequeño abertura de la rendija fue disminuyendo poco a poco.

Me desesperé justo entonces, no sabía que preguntarle algo así le haría perder toda paciencia conmigo.

— ¡No, espera!— le adelanté a decir antes de que se cerrara por completo— Sácame de aquí, por favor.— le pedí, regalándole una sonrisa sincera y tranquila.

Sí él me iba a tratar de ese modo, lo aceptaba sin quejas con la única condición de que me sacara de ese lugar. Quería mi libertad de regreso y si tenía que fingir —algo que, por supuesto, no me gustaba, y que ya era tarde para hacer— entonces lo haría. Le haría creer que todo estaba bien, solo para obtener lo que yo esperaba obtener.

El espacio abierto de la puerta solo me dejaba ver un ojo grisáceo de Campos que en ese mismo instante se achinó, y segundos después pude apreciar por primera vez su prepotente risa. Unas carcajadas repletas de crueldad, gracia y burla hicieron desaparecer todo sentimiento de alegría o esperanza que tenía por salir de esa habitación.

— Estás loca si crees que lo haré.— dijo, cuando pudo calmar su abrupto momento de risotadas. Limpió la parte inferior de sus ojos, quitando toda sustancia líquida y sin más me miró de una manera mordaz y violenta— Bueno, ya sabemos que sí lo estás.

¿A qué se refería con eso de que ya lo estaba?

La única que tenía dudas sobre aquello era yo, por lo tanto él no podía saberlo. Además era algo casi improbable porque, por obvia razones, una persona profesional como yo no debía siquiera detenerse a pensar en algo así, por lo cual Campos tampoco podía. Él era el menos indicado en decir que estaba loca; su empleo como hombre de seguridad debía de dejarle en claro que si alguien estaba en peligro de contagiarse por la locura —cosa que era prácticamente imposible— sería nada más que él por pasar más tiempo rodeado de pacientes que mis compañeros y yo.

Así que, teniendo eso en cuenta, sus palabras no eran tan correctas como supuse que Matthew creía.

— ¿De qué hablas? Yo no estoy loca.— le aseguré.

— ¿Ah, no? ¿Acaso no te viste?— indagó, acercándose más a la puerta para poder mirándome de pies a cabeza— Reacciona, loquita.

Sin entender a dónde quería llegar con eso, miré mi vestimenta y juraba que mis ojos estaban pronto a salir disparados de sus cuencas. Mi respiración se atoró abruptamente en mi garganta, causando que mi boca se secara por completo al reconocer que lo que llevaba puesto no era lo mismo con lo que me había visto antes de desmayarme dentro del elevador.

El overol azul oscuro me saludó con entusiasmo, al igual que el número 07 gris en la parte del pecho. Pude ver la tela negra de la remera de tirantes que había debajo gracias al primer botón del traje que, en ese momento, se encontraba desabotonado. Los pulcros zapatos del mismo color, relucieron cerca del suelo cubriendo mis pies, y recordando lo que sabía desde hacia mucho tiempo, si subía la tela o me quitaba el calzado, un delgado pero cálido par de calcetines blancos estarían allí asegurándose de que mi pie estuviera segura.

Poco a poco fui sintiendo una presión que pedía que me acostara sobre el suelo y no volviera a levantarme hasta que todo desapareciera. Era como si la misma tierra me quisiera tragar, lo malo era no saber en dónde me terminaría escupiendo. Pero cualquier lugar era mejor que ese y más al saber que estaba utilizando la vestimenta del psiquiátrico… la misma que usaba Víktor.

Eso tenía que ser un error, ¿Cómo fue que terminé usando una cosa así? ¿Dónde estaba mi ropa? ¿Acaso Campos se había encargado que quitármela? No quería ni pensarlo porque sabía que comenzaría a gritar por aquel acto tan inhumano e inapropiado que un hombre podría hacerle a una mujer que no era nada suyo.

Por instinto, crucé mis brazos sobre mi pecho intentando cubrirlo a toda costa, y tragué con dificultad.

— ¿Qué hago aquí?— quise saber con miedo a su respuesta.

El guardia rodó los ojos y largó un suspiro de agobio.

— Deja de preguntar idioteces. ¿No lo ves? Estás demente y por eso estás aquí.

¿Qué?

No podía estar hablando en serio, solo era una desagradable forma de demostrarme que estaba ofendido conmigo. El mundo entero era rencoroso y malicioso, ¿Por qué Matt no lo iba a ser también? La única diferencia era que, tal vez, los demás sabían cuándo detenerse, y en cambio él no parecía conocer cuando su juego estaba fuera de lugar y debía de parar porque en vez de dar risa causaba pánico y asustaba.

— Esto no es divertido, Matthew.— le advertí con fingido enojo. Más que enfadada estaba a punto de llorar como niña pequeña.

— La verdad nunca es divertida.

Meneé la cabeza de un lado a otro.

Eso era una broma, una puta pesadilla donde mi problema no era la silueta sino aquella situación conflictiva que estaba pasando. Tenía que despertar lo más rápido posible, sí, eso tenía que hacer. Todo había sido un sueño; el ascensor detenerse, la silueta, su voz y todo eso solo era una ensoñación. Nada era real, solo fue un juego de mi cabeza a causa del cansancio y estrés. La había puesto bajo mucha presión los últimos días, era normal que tarde o temprano quisiera vengarse. Todo tenía su límite y mi mente había llegado al suyo, por eso ocurrió esa locura.

— Abre la maldita puerta, y déjame salir.— una mezcla de rabia y temor surcó dentro mí en ese entonces.

— No me jodas, Alejandra.— dijo, antes de cerrar la rendija por completo y dejarme sola, otra vez.

Bueno por lo menos, en esta loca pesadilla, aún sigues teniendo el mismo nombre.

Sí.

Pero eso no era razón suficiente como para quedarme sentada sin saber qué había pasado. Campos, no me había dado ninguna explicación, además de la estupidez de que estaba demente. Mi vestimenta tampoco significaba nada, estaba segura que solo era parte del plan para hacerme creer la mentira de que todo era real.

Apreté mis puños.

Me molestaba que se hubieran tomado el tiempo de crear tanta mierda, y que no se hubiesen detenido a pensar en que todo era de mal gusto. ¿Qué había hecho mal para que se estuvieran divirtiendo a costa mía? ¿Tanto me detestaban para hacer aquel absurdo juego? ¡Éramos adultos y  profesionales! ¿Desde cuándo dejábamos nuestras responsabilidades a un lado y nos dedicábamos únicamente a joder la estabilidad de los demás? Porque eso estaban haciendo conmigo, las dudas que tenía de mí misma habían superado los límites y sinceramente tenía mucho miedo de cómo terminaría reaccionando si no me hablaban con la verdad.

— ¿Por qué hacen esto?— le recriminé al aire— ¿Por qué yo?

Y esa era la pregunta del millón, ¿Por qué, entre tantos otros, me habían escogido a mí? ¿Me tenían envidia o qué? Aunque realmente dudaba mucho que eso fuera así, creía que los demás tenían mejores vidas que la mía y sabían cómo usarla fuera del trabajo.

Tuve un déjà vu, en ese mismo momento. Anteriormente me había cuestionado exactamente lo mismo «¿por qué yo?», supuse que la respuesta estaba clara, ya que, en las dos ocasiones, únicamente un hombre era responsable de que hiciera esa pregunta.

No sabía con claridad de quién había sido la idea, pero no sería difícil adivinarlo. Solo bastaba recordar desde cuándo mi vida había quedado tapas arribas para descubrir al culpable de todo lo malo.

Víktor.

Hasta a simple vista se podía apreciar que él era el propietario de ese acto malvado y tan detallista, ¿Quién más podría ser capaz de idealizar algo como eso? Además estaba usando su traje, por lo tanto, le daba aun más peso a mis pensamientos. Quizá, pudo haber sido más inteligente y cambiarlo por alguno de otro paciente, pero la inteligencia era algo que él carecía. Y por más que su majestuoso y orquestado plan macabro estuviera saliendo como quería, no significaba que su capacidad de pensar fuera superior a cualquier otra.

Lo que sí parecía ser superior era su poder de convencer a los demás de seguirle y hacer lo que él ordene. Jamás creí que Campos sería partícipe de una tontería como esa, ¿Qué le había dicho exactamente Víktor para que el guardia estuviera de acuerdo? ¿Había aprovechado los dos días que estuve internada en el hospital para pensar en todo aquello?

¿Dónde había estado Léonard mientras que esos dos se ponían de acuerdo? Mi jefe me había dicho que Heber no había aceptado hablar con nadie más además de mí, que en mi ausencia no había tomado sus sesiones, por lo tanto dudaba mucho en el hecho de que si él estaba al tanto de todo. A lo mejor, Matt utilizó su empleo para que nadie sospechara nada, el ser guardia le daba la seguridad de pasearse por los pasillos como si nada. Quizá en una de esas oportunidades, se plantó frente a la habitación de mi paciente y ambos comenzaron a planearlo todo, con cuidado y detalladamente.

El pensar en eso me hizo enfurecer de tal modo que empecé al golpear la puerta con al inicio, sin importarme absolutamente nada. Quería respuestas y salir de ese lugar antes de llegar al tope de mi límite.

Sabía que una vez que llegara a él, todos lo lamentarían.

— ¡Guarda silencio!— gruñó Campos del otro lado de la puerta.

— ¿Cómo puede ser posible que te prestes para algo así?— indagué con mis emociones a flor de piel.

— Cállate.— se quejó.

— ¡Déjame salir!

— Detente o llamaré al doctor.

— Hazlo de una maldita vez.— lo alenté, golpeando más fuerte.

Lo oí maldecir por lo bajo, y luego escuché unos pasos alejarse.

Una media sonrisa de satisfacción se posó en mis labios.

Sabía que con esos ruidos nadie sería capaz de resistirse a abrirme la puerta porque eran demasiado estresantes y constantes como para querer que continúen por mucho más tiempo. Al final de cuentas, solo eso me bastaba; necesitaba conseguir una salida para poder huir y llegar a mi casa cuanto antes, y no había mejor manera de hacerlo que no fuera molestar hasta el cansancio a quienes se opusieran.

No había nada más emocionante que obtener mi libertad al fastidiarles la existencia a los demás, en ese caso al estúpido guardia que decía que la cordura me había dejado.

Me preguntaba qué había pasado con Eddie durante todo ese tiempo, él aseguró que me estaría esperando cuando saliera del psiquiátrico. Sin embargo, allí estaba yo; dispuesta a pelear para poder que mi camino quedara libre de puertas y perillas.

Sinceramente, no quería provocar al extremo a Matthew, pero sabía que era la única opción que tenía. Necesitaba hablar con Léonard, explicarle la situación y también, quizá, pedirle que despidiera a Campos por hacer complot en mi contra con mi paciente. Sin mencionar que tenía encontrar a Víktor, porque si yo tenía su vestimenta estaba claro que él se había hecho pasar por alguien más.

No quería siquiera pesar en qué pasaría si se escapaba de ese lugar, y comenzaba a hacer de las suyas. Era un demente y sería un gran riesgo para las demás personas de la ciudad, y aun más si recordábamos que había dejado hospitalizados a los responsables de su “separación” con su esposa. La causa por la cual era huésped del psiquiátrico. Por lo tanto, no era prudente que él estuviera suelto de un lado a otro. Era peligroso porque, quizá, intentaría acabar con lo que un día había comenzando, y eso era algo que debía de impedir a toda costa.

Dejé esos pensamientos negativos a un lado ya que no me llevarían a nada bueno; principalmente porque no tenía que importarme ese tema por el momento, y segundo; porque por más que me adentrara a todo ese asunto hasta que no estuviera fuera de ese lugar todo continuaría como estaba y solo mi preocupación aumentaría sin tener solución, lo cual sería un problema para mi estado emocional. Lo primordial para mí era esperar pacientemente hasta que Matt, o con suerte Léonard, tuviera la decencia de aparecer, debía de salir de esa habitación cuanto antes y arreglar los problemas más visibles. Ya encontraría una solución al problema con piernas en movimiento que era Víktor.

La puerta se abrió justo entonces, dejándole ver a las personas que más conocía, quienes pensaba que me ayudarían.

Sentí que mi corazón estallaría de felicidad en cuanto vi esos dos pares de ojos, uno más claro que el otro.

— Léonard, Eddie, que bueno que hayan venido.— Les di la bienvenida entusiasmada— Díganle a Campos que me deje salir de aquí.— les pedí, con una gran sonrisa.

Ambos se miraron entre sí. Pude ver como sus rostros se contraían en una mueca de confusión y a su vez de cansancio.

— Otra vez...— bufó, quien creía que era mi mejor amigo— Ha tenido una maldita recaída, otra vez.

¿Recaída?

¿De qué estaba hablando? ¿Por qué me miraba como si no le importara lo que sucediera conmigo? ¿Desde cuándo él estaba al tanto de lo que era una recaída? No es que fuera un tema complicado de comprender pero, por la torpeza ya conocida de Eddie, supuse que sería complicado para él saberlo, sobre todo si hablábamos en términos psicológicos.

— ¿Qué? Edd...

— Cállate, no te atrevas a terminar.— me interrumpió, señalándome con un dedo.

Pude ver una chispa de furia encenderse en sus ojos. Aquel bonito, brillante y sereno color verde se transformaba en uno escalofriante y enfurecido cuando se enojaba. Nunca había sido más consciente de eso hasta que toda su rabia recaía únicamente en mí.

Mi corazón se apretó con fuerza, ya no veía cariño en su mirar, solo odio, desprecio y cansancio. ¿Por qué? Después de tanto tiempo y momentos vividos, ¿Por qué me trataba de aquella forma? ¿Qué había hecho yo para merecer eso? ¿Dónde había quedado el hombre cariño que siempre me abrazaba cuando me sentía mal?. Quería a mi mejor amigo de regreso, a sus palabras, sus caricias y sus bromas pesadas. Deseaba regresar a aquellos tiempos cuando nos sentábamos en el sofá frente a la chimenea de nuestro hogar y pasábamos horas charlando y burlándonos de nosotros mismos. Realmente anhelaba volver a escuchar su risa escandalosa, recibir sus concejos o críticas... volver a repetir su manía de dejar su cabeza sobre mi hombro para recibir caricias en su cabello aunque fuera una vez más.

Solo pedía una única cosa; que cada instante juntos se recreara y que eso fuera mi apoyo para poder afrontar y soportar su indiferencia.

Quise acercarme a él; estrujarlo entre mis brazos, llorar en su hombro y pedirle perdón por si había cometido alguna equivocación. Quise tantas cosas, pero Matt me detuvo, poniéndose a la defensiva y cruzándose en mi camino.

¿Qué le pasaba?

No tenía intenciones de dañar a mi amigo, solo quería abrazarlo y que él me dijera todo lo que sucedía. Quería escuchar sus palabras dulces y llenas de amor que solo Eddie podía brindarme, y no seguir viendo a ese hombre frío y distante que se presentará frente a mí usurpando su identidad.

— Alejandra, ¿Cómo te sientes?— me preguntó Léonard.

Y por primera vez desde que había entrado, le presté absoluta atención a su persona. Él, por otro lado, —o más bien, siguiendo por el camino de cero emociones positivas— parecía distante e inseguro; ya no veía admiración en sus ojos, solo lastima acompañada por un toque de decepción. Quizá aún le afectaba la conversación que habíamos tenido días atrás, cuando le grité que guarda silencio. Regresando en el tiempo y reviviendo ese momento, me lamenté haber hecho tal cosa. Si, a lo mejor, hubiera tomado otro camino; si hubiese hablado con él en ese entonces y contarle la verdad sin ocultarle nada, quizá nada de todo lo que me había ocurrido tendría lugar en mi vida.

Si tan solo no hubiese permanecido en silencio por tanto tiempo, mi historia hubiera sido muy diferente.

— E-estoy bien, ¿Qué sucede? ¿Por qué estoy aquí?— no era capaz de creerme nada de lo que habían dicho.

— Lo has olvidado todo…— se lamentó y no supe por qué.

— ¿Olvidar qué?

¿Acaso sufría algún tipo de amnesia?

— Tu vida aquí adentro.—suspiró pesadamente. Supuse que nada bueno vendría después porque conocía a mi jefe y sabía que esa era su forma de tomar coraje para decir algo no tan agradable—Alejandra, eres un paciente desde hace casi nueve meses.

¿Que yo era qué?

Esa broma se estaba yendo bien al carajo.

Si querían arruinar mi tranquilidad mental, y hacerme dudar hasta de que si, verdaderamente, el cielo era celeste, lo habían logrado y con creces. Su divertido juego de querer verme jodidamente mal, había salido a la perfección y pude notar como Heber me demostraba, una vez más, que su inteligencia estaba a un nivel más avanzado que el nuestro. Porque una cosa era permitir que el estúpido guardia fuera el segundón de Víktor, y otra muy diferente era aceptar que mi propio jefe y mejor amigo estuvieran involucrados en algo así. ¿Cómo habían sido capaces? ¿No que era la mejor psicóloga y confiaba en mí? ¿No que era su única amiga? ¡Había compartido casa y trabajo con dos personas hipócritas! Me reuní con ellos durante tantos años que me dolía y molestaba haber sido tan idiota como para no notarlo.

Además, ¿Casi nueve meses estando dentro de un lugar y no ser consciente de eso? Imposible.
Yo era una psicóloga en ese edificio, no era una maldita paciente demente que ni siquiera era capaz de ver con claridad las cosas. Era alguien profesional, alguien que tenía una vida fuera de esas cuatro paredes... alguien a quien querían engañar con falsas palabras.

Una lágrima rodó por mi mejilla y la quité de inmediato, negando con la cabeza.

No les daría el gusto de verme flaqueando, no les demostraría lo decepcionada que estaba de ellos y cuanto dolor me causaba su traición. En mi vida nunca imaginé haberme equivocado tanto en elegir con quienes me rodeaba hasta que vi a los que creía mis ejemplos a seguir convertirse en los villanos de la historia.

Siempre existen las segundas oportunidades.

Sí, existían. Y estaba dispuesta a perdonar si me decían que todo se trataba de una broma demasiado pesada y muy desagradables. Conocía a Eddie, y sabía que él notaría su error si le demostraba lo equivocado que estaba. Léonard no me importó en ese momento; él podría decir y hacer lo que quisiera que no me iba a interesar en lo absoluto porque ya había perdido toda autoridad para mí, y el agradecimiento y admiración que llegué a sentir por él se habían ido muy lejos. Solo daría una segunda oportunidad a una sola persona y, por obvias razones, no sería él.

Quería recuperar a mi mejor amigo, los demás se podían ir al mismo infierno.

— Eso no es verdad, Eddie…— lo miré con súplica— Dime que nada de eso es verdad.

Y la bomba estalló frente a mí en tan solo milisegundos.

— ¡Mi nombre es Ed, maldita sea!— gritó, enfurecido.— Estoy cansado de tus estupideces, me harté de toda tu porquería, ¿Es que acaso no puedes ver la realidad y aceptar tu vida?

La rabia, el miedo y la tristeza se apoderaron de mí, haciendo un mudo en mi garganta que me impedía respirar. Mi vista comenzó a nublarse debido a las incontables lágrimas que querían deslizarse sin control por mi rostro; era la primera vez que me hablaba de esa forma tan hiriente.

Mi mejor amigo era alguien que nunca levantaba la voz, mucho menos insultaba. Era alguien tranquilo, que no te trataría de la forma en que lo había hecho jamás, aun cuanto estuviera enfadado.

Tal vez esa persona no es la que creíste que era.
Quizá nunca llegué a conocerlo realmente y solo me mostró una fachada pacífica mientras que, detrás de ésta, se ocultaba la mierda de persona que verdaderamente era.

— ¿Por qué me hablas así?— quise saber. Intenté dar un paso hacia él, pero la mano de Matt que se aferró a mi brazo me detuvo en mi lugar— ¡Suéltame!

Pero, por más que le pedí que lo hiciera, no me soltó; solo apretaba más el agarre a medida que quería acercarme a Eddie, o como sea que se hiciera llamar. Cada intento de avance era una nueva presión que iba en aumento, y supuse que esa era su manera de demostrarme lo furioso que estaba conmigo. Porque no había necesidad de sentir como cada uno de sus dedos parecía quedar incrustados en mi piel por su brusquedad, ¿Es que no conocía lo que era el control de ira? ¿No sabía cómo suprimir su enojo?

¿Realmente me quería hacer daño?

Y como si mi desgracia no tuviera fin, en ese preciso momento pude oír la risa maliciosa de la silueta cerca de mi oído, provocando que más frustración se instalara en mi cuerpo. Primero el hecho de que no me dejaran hacerme a mi mejor amigo, luego eso, ¿Tenía que soportarlo o podía evitarlo?

Porque si nos poníamos a pensar, todo ese mal rato que estaba pasando era por su culpa, él quiso que comenzara a vivir mi dichosa vida y así terminé; con un amigo que sentía más desprecio que cariño por mí, y un jefe diciéndome que, en vez de ser la profesional, era una demente.

El revoltijo de emociones que se estaba acumulando dentro de mí, salió disparado en gritos.

— ¡Déjame en paz! ¡Todo esto es tu culpa!— le exclamé al aire, ya que aún no lo había visto.

— Será mejor sedarla.— comentó Campos.

El guardia podía odiarme y todo lo que quisiera, pero eso no le daba el derecho de tomar decisiones que pudieran afectarme.

— ¡No! Suéltame, no te atrevas.— rugí, no iba a permitir que hicieran tal cosa.

Sin saber cómo, logré algo que creí imposible; me zafé del agarre de Matt, abracé la libertad por al menos unos segundos cuando él cubrió su rostro al recibir el fuerte puñetazo que mi mano le había obsequiado. Supuse que con un golpe como ese había sido suficiente como para que me dejara tranquila. Pero no, nada de lo que pensaba sucedía. Desde que había despertado todo empeoraba, y lo que deseaba no se cumplía.

Intenté correr hacia la puerta, porque ya no me importaba dialogar con mi amigo o jefe solo quería salir de allí, pero un brazo en mi cintura intervino precisamente cuando di el segundo paso.

Campos, parecía no rendirse el maldito. Tal vez en otras circunstancias hubiera imaginado que era una clase de robot, pero en ese momento solo pensé en que mi golpe no le había bastado, y que si, en algún futuro, quería derrotarlo debía de utilizar algo más eficaz que mis manos.

Gruñí, pataleé, incluso tiré manotazos hacia todos los ángulos posibles, pero nada funcionó. Y sin darme cuenta, ya estaba de espaldas sobre el suelo, con Matt y Eddie sosteniéndome los brazos y piernas. Sus grandes y hábiles manos impedían cada uno de mis movimientos; si alguien, además de ellos y yo, hubiese estado presente perfectamente podría haberme confundido con un pez fuera del agua por mis fallidos intentos de escape.

Vi como Léonard sacó una jeringa del bolsillo de su bata blanca, y me estremecí. ¿Qué iba a pasar cuando despertara? ¿Volvería a la normalidad?

Quería creer que sí, pero había algo que constantemente me decía que solo tenía que acostumbrarme a lo que acababa de pasar, porque si no cambiaba, así iba a ser el resto de mi vida.

— Por favor, no.— le supliqué, meneando la cabeza.

Él se inclinó a mi lado haciendo un gesto de melancolía antes de decir;

— Lo siento.— se acercó a mi brazo y sin más sentí el pinchazo, y luego como el líquido era expulsado por la aguja.

Al ser tan testaruda y no querer darme por vencida, elevé mi extremidad superior deseando llegar a atrapar a alguien para obligarlos a dejarme ir. A lo mejor el medicamento era de buena calidad y surgía efecto inmediatamente, porque mis movimientos fueron erráticos y disparejos, tanto fue así que solo conseguía tomar como rehén al aire que me rodeaba.

Mi cuerpo se convirtió en una masa flácida y más liviana que lo habitual, haciendo incapaz la tarea de hacer algo diferente a estar sobre el suelo. La vista se me nubló y los cuerpos que estaban rodeándome fueron desfigurándose hasta solo ser bolas de colores sin forma alguna. Clavé mi mirada a la puerta, mientras que me relajaba, y mis párpados comenzaban a pesar.

Y, cuando creía que ya nada podía sorprenderme, la realidad me daba una gran y dolorosa cachetada demostrándome que las sorpresas no habían acabado. Vi como un cuerpo se posicionó en la salida, presentándose con una carpeta en su mano y una bata blanca médica bien planchada sobre su musculoso cuerpo.

Sus ojos azules solo fueron dos círculos mal enfocados por mí que parecían moverse de un lado a otro, ¿O era yo la que me estaba moviendo?

Ah, eso no importaba, lo único escalofriantemente interesante era que él estaba ahí, mirándome con preocupación y asombro.

— Víktor…— lo llamé, antes de adentrarme en la oscuridad de la inconsciencia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro